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¿Más discapacitados en la escuela?

  • Foto del escritor: Nora Inés Dolagaray
    Nora Inés Dolagaray
  • 28 abr 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 15 dic 2021

Quiero contarles que estoy muy preocupada porque entre mis pacientes actuales hay dos niñas que cursan tercer grado y no saben leer y tampoco escribir, sería mejor decir que de lo que ellas saben de lo que es leer y escribir no es lo que se espera de ellas en la escuela.

La expresión de preocupación e impotencia con la que una de ellas me explicó que quiere que yo la ayude a leer, fue el motor para pesar como encaminar mi responsabilidad con ese pedido.

Pienso... después de dos años completos en la escuela, a punto de finalizar el primer trimestre del tercer año esta dificultad excede el aprendizaje de la lectoescritura, ya no es una dificultad de lectoescritura, compromete otras dimensiones de de la dinámica escolar y de la sociabilidad de estas niñas que tienen raíces en ámbitos distantes, en jerarquías, de normativas que no están resolviendo eso para los que fueron puestas en vigencia...

Lo que noto como más difícil y complejo es que ellas no confían en su capacidad para leer porque saben que no saben y que no pueden. Se enfrentan a la contradicción de no saber y, de todos modos, pasaron de grado. No confían entonces en las decisiones de los adultos que toman esas decisiones.

Reducen su posibilidad de participación en las salas de clases porque nunca podrían anticipar qué es lo que ellas deberían hacer para demostrar una respuesta óptima. La decisión que toman, sistemáticamente, es mostrarse incapaces y esperar la ayuda orientadora del adulto que tengan cerca, la maestra o la madre. Constante dependencia que "contagia"todo tipo de participación en la escuela, no sabe, necesita que la ayuden, necesita que le lean, necesita que decidan por ella y que le digan que es eso que la maestra quiere que responda.

Mantienen una constante expresión de indiferencia en el aula y la maestra espera que la psicopedagoga supla su modo de ofrecerle esa ayuda que permita la respuesta inmediata y ajustada a la consigna. Una sola respuesta, la que está bien, la única posible.

En el consultorio las dos, aunque de distinto modo, demuestran su deseo vívido por crear explicaciones, por buscar creativamente alternativas para resolver problemas, para proponer la participación de todos en la obra de teatro que está guionando en ese momento, o en el negocio de ropa de muñecas que está instalando en un ala del armario de juguetes que compartimos.

Escriben lo que necesitan escribir, para no olvidarse y para que siga el juego. Leen o interpretan lo escrito por otros, interactúan mediados por el texto para que este placer de crear no se detenga. Exigen y demandan sostén a lo que ellas pueden, como si me dijeran: voy por acá, ayudame a seguir por acá porque quiero llegar, no esperan de mi que señale su error.

No obstante, su tiempo de producción placentera y creativa dura poco, tal parece que ver en mi a otro adulto, es de riego, como si pensaran que en algún momento dejaré de sostener su necesidad y yo también marcaré su falta, su dificultad, y entonces sobreviene el desgano y la queja porque se cansan y quieren dejar la tarea y buscar un juego regresivo y placentero.

Ese cansancio de no ser reconocidas en sus posibilidades y siempre exigirles una corrección ajena a su criterio y decisión es negarlas, no reconocerlas, no empatizar con ellas.

Y sigue siendo así porque todo está previsto para que además de negarlas, de no verlas, necesitamos discapacitarlas.

Discapacitarlas abre otras posibilidades: a la maestra le refuerza su posición de "explicadora"esa manera de entender la función de enseñante sostenida solo en la ¿imaginada? y ¿necesaria? incapacidad del alumno para entender de la que nos habla Ranciere. Alguien diría: eso es lo que hacen los maestros, "explicar". El problema es que para sostener el "orden explicador", el maestro niega la capacidad de comprender del alumno y a la vez busca que el alumno lo emule, lo repita, se mimetice con el grupo y con lo que el maestro espera que diga.

El modelo del apoyo escolar refuerza este sentido y la maestra de apoyo o la psicopedagoga entra en el mismo entramado de vinculaciones que continúa produciendo una subjetividad discapacitada, año tras año, aunque no exista tal discapacidad.

Si, estoy muy preocupada. ¿Y ustedes?

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Nora Inés Dolagaray. Psicopedagoga. Magister en Salud Materno Infantil

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